DEPENDENCIA EMOCIONAL
Cuando nos volvemos mayores y a medida que vamos perdiendo facultades, se va agudizando la dependencia afectiva y los temores ligados a esta. Es bastante frecuente encontrar disputas en parejas que han pasado muchos años juntos, en donde enmascaradamente lo que se está dirimiendo es quién depende de quién.
El tema de la proximidad - distancia puede generar muchos conflictos. El problema de hasta qué punto es posible una adaptación al otro y a la relación sin que por ello se produzca una merma del sí mismo es toda una cuestión. Por eso encontramos personas o bien “hiperdiscriminadas” que lo que temen es una fusión y quedarse atrapados en esa relación, o bien el dependiente que se pega a la otra persona y se cuelga del otro. En ambos casos estamos hablando de dificultades en el sí mismo y en la relación con el otro. Dicho de otra forma, una personalidad sana debería ser capaz de fusionarse/confundirse por momentos con su pareja sin por ello quedarse pegado al otro, tenemos como ejemplo la sexualidad.
Es llamativo encontrar a personas que mostrándose aparentemente muy independientes, en realidad se trata de una estrategia inconsciente para esconder un fondo de dependencia emocional, del cual se sienten avergonzados.
Los más dependientes sienten malestar frente a cualquier evento que represente separación, incluso una discusión, por pensar distinto, van a necesitar que el otro esté siempre de acuerdo y sentirle cercano. Aunque no esté de acuerdo, muchas veces se acomodan o renuncian a tener su propio criterio, pues les cuesta sostenerlo individualmente.
Por el contrario, los hiperdiscriminados llevarán mal no tener momentos de individuación, se sentirán agobiados frente a la cercanía emocional y a lo que represente dependencia afectiva, tendrán miedo de quedarse atrapados en esa relación. Continuamente van a estar haciendo movimientos y tomando decisiones que corroboren su autonomía e independencia.
Cuando la relación llega a la madurez, después de haber logrado los objetivos propuestos, ninguno está dispuesto a subordinar sus intereses, los hijos son mayores ya están fuera del ámbito familiar o si no lo hacen por temas de la precariedad laboral actual, los consortes no se encuentran en que deben mantener la estructura familiar a toda costa. Uno quiere dedicarse a realizar esas cosas que fueron relegadas por el proyecto familiar. Es una buena etapa de crecimiento personal pero puede provocar situaciones muy individualistas, más aún cuando se acerca la vejez, ya que la vida se va acabando. Y es aquí donde muchas veces impelidos por este sentimiento de no dejar escapar, negamos las dependencias afectivas y nos manejamos como sino necesitásemos del otro. También es una forma de negar la vulnerabilidad que podemos sentir cuando vamos envejeciendo. El dependiente muchas veces tranza con situaciones que no debió permitir en la relación por miedo al abandono. De esta forma a menudo queda establecido a piñón fijo un estilo de relación donde todos los miedos a la supuesta ruptura están colocados en el dependiente y las fuerzas de la independencia en el hiperdiscriminado, cerrando así un círculo poco sano.
Una vez llegada la vejez la pareja vuelve a tener un enemigo en común: la enfermedad y la muerte. Amigos empiezan a enfermar, la amenaza está ahí y despierta los sentimientos finitud y de vulnerabilidad. Cada uno intenta defenderse de su propia vulnerabilidad y dependencia haciendo al otro dependiente. Muchas de la peleas que aquí se producen tienen como objetivo afirmarse en relación a su pareja. Es muy llamativo ver cómo sin darse cuenta intentan poner la dependencia afectiva en el otro como forma de garantizarse que no son ellos quienes la padecen.
El tópico de que hay que luchar contra la dependencia afectiva y que eso no es amor impera en casi todos los mensajes que recibimos. Hay una idealización total en este momento sobre la autosuficiencia. Las personas acuden a consulta con un nivel elevado de ideal sobre lo que debería ser una relación de pareja. En mí opinión las cosas no son tan claras y tampoco se dan sentimientos tan puros. ¡Eso no existe! Por supuesto que en una relación de pareja va a existir cierto grado de dependencia afectiva, otra cosa es que llamen amor a la obsesión. En la película de “No sos vos soy yo” con la maravillosa dirección de Juan Taratuto y la magnífica interpretación de Diego Pereti y Soledad Villamil, hay una escena magistral en el que Diego está en una sesión con su psicoanalista, el que le responde: “Bueno basta, basta, basta no me rompa más…. con María”. El psicoanalista estaba harto de no poder sacarle a su paciente de relacionar absolutamente todo lo que le pasaba con María. Cuando nos encontramos con estas personas tan dependientes afectivamente, frecuentemente tienen un pasado con muchas carencias que están sin resolver, entonces cuando entran en relación con otra persona significativa (no con cualquiera) se desploman y se aferran como garrapatas, no se dejan dejar, la relación se puede convertir en una auténtica tortura. Pero seamos razonables, en las parejas y más las que llevan mucho tiempo es imposible no encontrar cierta dependencia afectiva.
Una paciente tiene un sueño revelador. Está en su casa atendiendo a todos: marido, hijos y padres en una reunión familiar, corriendo de un lado para el otro hasta que se da cuenta de que había dejado a su bebé en la bañera (las de plástico que llevaban el cambiador encima) con la tapa cubierta. Se angustia, piensa que el bebé se debe haber muerto. Analizándolo con ella, el bebé representaba sus aspectos más primarios que estaban siendo enterrados, matados para no pasar a sentirlos y demandarlos. De ahí que ninguna de sus relaciones de pareja hubiera sido satisfactorias. Con sus necesidades afectivas más conscientes e integradas estuvo en mejores condiciones de realizar una elección de pareja más satisfactoria para ella.
No se trata de anular o negar las necesidades afectivas ni la dependencia afectiva (dentro de ciertos límites). Reconocerlas y tenerlas en cuenta nos permite encontrar lo que cada uno necesitamos.