LOS 9 ERRORES MÁS FRECUENTES QUE COMETEMOS ACTUALMENTE EN LA EDUCACIÓN.
1.- No cogerles cuando lloran y son recién nacidos por miedo a malcriarles.
Justamente aquí es el momento crucial de diferenciar el llanto del bebé para responder adecuadamente. La investigación muestra cómo los bebés que han sido consolados tempranamente, lejos de ser malcriados a los 8 meses buscan una forma de comunicación que no sea a través del llanto. Es una función compleja que debe cumplir el cuidador pero muy determinante para la adquisición de futuras capacidades. Por ejemplo, calmar la ansiedad cuando el llanto es de angustia será crucial en la capacidad que luego adquiera como adulto para calmarse en momentos de estrés o angustia. Lo mismo cuando tenga sueño y no pueda dormirse, habrá que acunarle o buscar distintas maneras en la que le ayudemos a coger el sueño. Hay niños que se relajan y se dejan caer en el sueño con un pequeño masaje en los senos. A medida que los padres o cuidadores tengan una respuesta diferenciada y eficaz, que sea respondiendo a las necesidades del niño y no a las propias, su respuesta será más ajustada y permitirá desarrollar en un futuro una regulación adecuada de los impulsos. Cuando los llantos son bien interpretados por el adulto y este responde de manera congruente, el infante desarrolla la capacidad de modular sus emociones.
2.- Cumplir el deseo de nuestros hijos a piñón fijo.
Pensamos que ser un buen padre o madre tiene que ver con “quitarle todo el displacer a un niño”. Si bien es cierto que cuando son bebés hay que crear una “placenta externa”, es decir, una relación de enamoramiento en la cual el bebé debe sentirse acogido, protegido y amparado en esa relación, también lo es que a medida que el niño/a va creciendo hay que ir dejando que acontezcan microfrustraciones, por ejemplo: el biberón no llega siempre a la temperatura exacta o justo en el instante que él lo desea y tiene que esperar un poquito, el baño no tiene la temperatura exacta o no puede quedarse en la bañera todo el tiempo que quisiera. El niño/a llora y no se acude inmediatamente, se le va hablando para acompañarle pero se le deja esperar un poquito. En pocas palabras: la madre, el padre o el cuidador principal no tiene ese ajuste exacto a las necesidades del bebé y es ahí cuando el niño/niña tiene que ir desarrollando sus propias herramientas psíquicas: demora a la gratificación, tolerar la frustración, tolerar sentimientos de ira y amor con su cuidador principal, distraerse (muchos bebés canturrean o juegan con sus manos como forma de acompañarse), etc. Estas adquisiciones son fundamentales para el posterior desarrollo de funciones psíquicas más complejas. La dificultad aquí estriba en realizarlo en la medida justa que dependerá de la pericia del adulto, pues cada niño es un mundo distinto y cada padre debe descubrir a su hijo.
3.- Evitarles momentos de sufrimiento o distraerles cuando están tristes.
También es una práctica muy habitual. Observo la gran dificultad en este momento de acompañar en los momentos de tristeza. El niño/a debe atravesar duelos, decepciones, frustraciones, son parte de la vida y lejos de debilitarle le fortalecen (en su justa medida). Os pongo un ejemplo clásico, se muere la mascota y los padres ni bien le ven caer la primera lágrima intentan tapar la tristeza con: “no te preocupes, compraremos otro hámster”. Es bueno que el adulto pueda abrazarle y ayudarle con palabras, sin adelantarse, pero sin quedarse atrás con las preocupaciones del niño. Es importante que el adulto desculpabilice al niño, ellos tienden a echarse la culpa. Aclararles que la muerte de su mascota no es el resultado de la mala conducta ni de los deseos del niño es fundamental. No hay que abrumarles con nuestros sentimientos pero tampoco dejarlos fuera de nuestro sufrimiento. Si estamos tristes porque hemos perdido a alguien querido, u otra pérdida es importante transmitirle que estamos atravesando un momento difícil y doloroso, que no durará toda la vida pero que si nos sienten sin tantas ganas es debido a esta pérdida.
4- Culpabilizarnos por las cosas que ellos no hacen bien.
Es la mejor forma de conseguir que todo siga igual y que el niño/a no realice cambios. En varias ocasiones los padres se polarizan en la educación y culpabilizan al otro progenitor con ciertas conductas del hijo, “es igual a su padre”. En consulta, me han llegado a manifestar que si su padre era así cómo iba a ser su hijo. Pues bien, esta actitud no ayuda a que el hijo se haga responsable de esa conducta y que la modifique. Mamá o papá pueden ser así pero la cuestión es que hace el niño/a con eso, habrá otros modelos de personas que funcionen mejor en algunos aspectos. Hay que incentivarle para que copie otras formas ya que él es el responsable de mantener esa conducta.
5.-Sobreproteger. Hacer las cosas por ellos.
Si ellos pueden realizar cierta tarea y nosotros la realizamos por ellos, les estamos sobrepotegiendo, es decir, les estamos debilitando ya que una autoestima buena se constituye sobre la base de ser capaz de realizar tareas que están valoradas. Y la capacidad de ser autónomo e independiente es una de ellas. Es recomendable que el adulto esté presente enseñando a cómo debe realizar la tarea el niño, pero NO realizarla por él.
6.- Pensar POR los hijos y no EN los hijos.
Cuando pensamos por ellos, no les dejamos crecer, les anulamos, obstruimos su pensamiento y les acostumbramos a que sea otra persona la que piense por ellos, pasivizamos su mente. Ellos deben ir pensando paulatinamente en sus cosas e involucrándose en sus desiciones activamente. Para ello debemos fomentarles nuestro interés por sus opiniones y dentro de lo razonable, dejarles que tomen sus decisiones aunque no estemos del todo de acuerdo. Pensar EN los hijos está muy vinculado a la idea de ir potenciando su autonomía, y procurar que sean personas íntegras, que puedan aportar un valor a la sociedad tanto en su desarrollo personal como profesional.
7.- No tolerar la confrontación generacional.
Es de suma importancia permitir sentimientos negativos de los hijos hacia nosotros, ya que constituye el mejor medio de separarse de los padres y de configurar su propia identidad. Pero en la actualidad observo una dificultad enorme por parte de los adultos que sufren por este motivo, parece que no podemos tolerar que nuestros hijos tengan sentimientos negativos hacia nosotros y lo vivimos como un desamor en vez de poder entenderlos desde toda confrontación generacional que es inevitable si de verdad se está consolidando un sujeto como tal. El amiguísimo le deja al niño/a pegado en una relación nada sana, que no le permitirá adueñarse de su propio destino.
8- No hacer nada o sobre actuar (sobre involucrarse). Frente a los problemas que nos presentan nuestros hijos una dificultad en los padres es que en general o tendemos a no hacer nada o a sobreimplicarnos y ninguna de las dos opciones son buenas. La primera porque dejamos al niño muy solo y a veces perdido, sintiendo que sus problemas no son importantes, por lo que se sienten muchas veces desatendidos y abandonados. La segunda opción es dañina porque el adulto coge el problema y lo hace suyo, con lo cual deja al niño el modo inactivo, es apropiarse de asuntos que no son suyos. Lo más difícil es estar ahí, escucha activa y poder esclarecer con él que está pasando para que él pueda pensar en una solución. Es importante que el adulto ayude de guía, pero que deje que sea el niño el que aporte la solución.
9.- Protestar, quejarse, gritar, poner un castigo que luego no puede cumplir.
Muchas consultas giran en torna a la dificultad de poner consecuencias sobre la conducta de los hijos, al año se da cuenta de esta dificultad y siente que “Castilla es ancha” y puede hacer lo que quiera sin consecuencias. Cada vez la madre o el padre gritan más y ponen castigos descomunales desde la impotencia y lo único que se consigue es que la voz del adulto se debilite. Tenemos que examinar nuestra dificultad en hacer cumplir los castigos, que muchas veces tiene que ver con sentimientos de culpa que están escondidos (puede que ese hijo nos produzca rechazo y no seamos capaz de admitirlo y esto nos lleve a sentirnos culpables) o puede ser que ocupar el lugar del malo sea difícil para nosotros u otros motivos. Lo que está claro es que un niño que siente que sus padres no le pueden castigar le ve como débil. Además, genera angustia tener una conducta reprobable y que nadie le pueda poner el límite.